MARRAKECH Y ESSAOUIRA. LA EXPLOTACIÓN ANIMAL HECHA TURISMO
No soy de lágrima fácil. Tengo mis herramientas para enfrentarme a la explotación animal debido al trabajo que realizo, pero esta vez la realidad me ha pillado desarmada.
Llegué muy temprano a Marrakech y más concretamente a la plaza de Jamaa el Fna. No pensé que a las ocho y media de la mañana fuese a encontrarme, de primeras, con un bebé de macaco aterrorizado mientras el hombre que lo explotaba se dedicaba a agarrarlo por el brazo, vistiéndolo con unos trapos raídos. Nunca voy a olvidar esa cara, esa expresión…
Marrakech es una ciudad conocida por su famoso Zoco, un laberinto de calles inundadas de comercio y turistas. Un lugar donde, entre tantos objetos, olores, ruidos y seres humanos, no podían faltar los animales.
Monos, camaleones, tortugas, ardillas, serpientes, camellos, burros, caballos, jilgueros, gallinas, gallos, patos, perdices, conejos, peces, caracoles, perros y gatos son algunos de los animales explotados que te puedes encontrar en esta ciudad.
La plaza de los esclavos
En la famosa plaza de las especias me encontré con pajareras y pequeñas jaulas que albergaban camaleones, tortugas y ardillas. Los seres humanos que comercian con ellos te hacen saber que son animales salvajes y que “vienen de las maravillosas montañas del Atlas”. Sustraídos de sus hogares naturales, son vendidos al mejor postor en una plaza que hace 300 años era conocida como “la plaza de los esclavos”. Algo paradójico, ¿verdad?
Aquí también pude ver caracoles vivos que, como una atracción más para los turistas, se venden en algunos puestos de comida nocturna de la plaza Jamaa el Fna.
A lo largo de las estrechas calles de la Medina encontré burros en pésimo estado de salud. Rodeados de ruido y cientos de turistas. Estos animales van todo el día de un lado a otro cargando todo tipo de materiales, desde pieles de otros animales muertos hasta piedras y vigas para construcción. Cuando sus "dueños" no tienen nada que transportar, se les puede ver durmiendo encima de los carromatos mientras el animal sigue en pie. Con suerte estará bajo alguna sombra mientras espera la siguiente carga.
Mientras me perdía por esta zona de la ciudad, sin saber bien cómo, llegué al mercado de animales de “consumo”: gallos, perdices, patos, conejos y gallinas principalmente. Encerrados en jaulas, esperan el momento en que algún local o visitante se los lleve, o en algunos casos y sobre todo con las aves, a ser ejecutadas allí mismo para después pasarlas por una máquina con las que desplumarlas y dejarlas “listas” para las cocinas y restaurantes de la zona.
Es fácil que alguien te embauque y te lleve al barrio de curtidores, uno de los lugares más turísticos de la ciudad. Un verdadero infierno de Dante olfativo donde los hombres se dedican a limpiar la piel recién despellejada de los animales. En las bañeras de cemento se entremezclan pieles de vacas, ovejas, camellos y cabras con restos de carne, heces y productos químicos. El olor te desgarra si eres osada como para apartarte de la nariz el ramillete de menta que te dan nada más entrar.
Día y noche
La plaza Jamaa el Fna, centro neurálgico de la ciudad, está despierta todo el día pero al amanecer, cuando apenas ves gente por allí, la extensa fila de calesas (coches de paseo tirados por caballos y utilizados expresamente por turistas), no te deja indiferente. Cientos de caballos que recorren la ciudad en largas jornadas de trabajo muestran claros signos de agotamiento, así como heridas, marcas y desgaste. A estas alturas tampoco me sorprendió ver cómo algunos tienen las patas atadas entre sí con unas pequeñas cuerdas que apenas le permiten dar una zancada. En algunos casos los caballos desfallecen en estos lugares de espera.
Esta plaza también es conocida por los monos y las serpientes que se exhiben en ella. Los primeros suelen estar a partir de las nueve de la mañana. Es habitual ver hombres preparando a los monos a la vista de los transeúntes; en otras ocasiones solo escucharás gritos sin conocer la procedencia, aunque puedes ver cómo sacan a alguno de entre los puestos de fruta.
Suelen reunirse dos o tres grupos de tres a cuatro individuos cada uno. De esta manera son más eficientes buscando a los turistas, y también vigilando a quienes osan sacarles fotos sin pagar. En este caso a mí no dudaron en increparme de manera agresiva.
Cuando observas a los pequeños macacos, su gesto más reconocible es cómo agarran la cadena cerca del cuello para intentar frenar a su explotador cuando este les obliga a moverse, andar, saltar o correr. Algunos de ellos se resisten a subirse a los turistas cuando toca hacerse la foto. Sus expresiones son de miedo y en algunos casos de auténtico pánico.
Estos pequeños esclavos son sometidos a jornadas de trabajo que van desde las nueve de la mañana hasta bien entrada la noche, diez e incluso once. Es sorprendente que haya turistas que quieran hacerse fotos a estas horas, pero los hay.
Muchos monos llevan pañales por ser crías, y para evitar que orinen o defequen encima de los turistas. El número de macacos utilizados durante todo el día puede variar de dos a tres por cada ser humano. En sus puestos tienen unas pequeñas estructuras de madera en tres alturas y con tres pequeñas cajas en las que los guardan mientras esperan su turno de actuación. Suelen estar al sol durante todo el día y los animales apenas tienen un hueco con rejas por donde poder respirar y airearse.
Con las serpientes no es tanto hacerse una foto con el animal. Aquí el reclamo es la foto con el “encantador”, por lo que el fin de la explotación es distinto. La mayoría de estos animales están en alerta no porque sean “encantados” por el sonido de una flauta, sino por haber sido entrenados para entrar en posición defensiva cuando tienen a alguien frente a ellos tocando el instrumento. Pude ver decenas de serpientes a lo largo de la plaza, muchas metidas en cestos, y otras llevadas en la mano como si fueran bolsas de la compra.
Estos monos y serpientes, al igual que los animales encontrados en la plaza de los esclavos, son secuestrados de las montañas del Atlas.
La explotación de animales también puede verse en los perímetros de Marrakech, donde los turistas no pierden la oportunidad de dar un paseo en camello. La visita al palmeral y a los jardines de la Menara conlleva ver a camellos atados y en lamentable estado físico esperando a los turistas de turno, perros callejeros muertos de hambre en condiciones insalubres y peces en aguas artificiales.
En la costa
Essaouira es otra de las joyas Marroquíes para los turistas, una ciudad costera, reclamo de surfistas y jubilados donde, por su belleza y tranquilidad, una podría pensar que allí el turista no es responsable de ninguna explotación hacia los animales. Pero esta joya no lo es tanto para los animales.
Su inmensa playa, principal reclamo de la ciudad, tiene muchos camellos y caballos, en grupos o solos, a la espera de los turistas. Los caballos están atados a unas enormes piedras, y los camellos entre ellos o entre sus propias patas. Estos animales no se libran de extensas jornadas de trabajo, sin árbol o palmera que les cobije de la dureza de las altas temperaturas, sobre todo en el caso de los caballos, mucho menos resistentes a esas condiciones que los camellos. También pude ver, en la parte alta de dicha playa, cómo se agrupan manadas de perros callejeros en una situación lamentable.
La explotación de los peces en Essaouira también es destacable. Al ser ciudad costera tiene un gran puerto, y es fácil ver cómo el turismo ha generado nuevas dinámicas en la ciudad. Decenas de puestos en la entrada ofrecen pescado “fresco” para comer o venden los peces a los locales turísticos que cocinan a estos animales de una manera muy buscada y apreciada por los visitantes.
En Essaouira, la presencia de los gatos es mayor que en Marrakech. Ambas ciudades están llenas de estos pequeños felinos en calles, callejones, jardines y comercios, y aparentemente puedes tener la falsa ilusión de que aquí, el gato es un animal apreciado y cuidado, ya que ves comida y agua en muchos lugares. Rascando un poco sabrás que no es así. Este animal se utiliza como un reclamo turístico más, además de ser un animal que mantiene las calles “limpias” de ratas y ratones. Es muy normal ver turistas haciendo carantoñas a gatos bebés, pero la realidad es que en estas ciudades nunca vas a ver un gato adulto. Estos animales aquí no superan los dos años de edad y eso ya es mucho decir.
El viaje responsable debería de ser una lección aprendida en un mundo globalizado como el nuestro. Este pequeño mapeo de explotación animal en dos ciudades tan reclamadas por el turismo es una pequeña muestra de la gran responsabilidad que tenemos de que estos animales sufran tanto dolor y explotación. El disfrute humano nunca debería ser un reclamo que implique el sufrimiento de otras especies.
Trabajo realizado por Eira Do Val.
Publicado en marzo del 2023